Reflexiones

Texto recomendado para hoy: “Brett Kavanaugh Is Lying. So Are You”Featured

“La verdad sobre lo que estás diciendo” no siempre es igual a “la verdad sobre lo que estás haciendo.”

Les recomiendo un texto de Político publicado recientemente: “Brett Kavanaugh Is Lying. So Are You“.

“Most Kavanaugh defenders probably do not literally believe that … he doesn’t know that the legal drinking age in Maryland was 21, not 18, in the summer of 1982. But they do believe his larger truth … that the attacks on him are motivated by politics.”

Reflexiones

La adicción a la comodidad

“Del latín addictĭo, la adicción es el hábito que domina la voluntad de una persona. Se trata de la dependencia a una sustancia, una actividad o una relación.” – definicion.de

La adicción puede describirse como una relación de esclavitud. Comúnmente hablamos de adicciones a substancias, conductas, y a veces incluso relaciones. Pero una de las adicciones más comunes y más invisibles en nuestra sociedad es nuestra adicción a la comodidad. ¿Alguna vez has tratado de quitarle un hueso a un perro? No te va muy bien ¿verdad? Pues trata de quitarle a una persona su comodidad y te va mucho peor. Así de ferozmente la protegemos. Así de dependientes de ella nos sentimos.

Nuestro esfuerzo hoy en día como sociedad está completamente volcado a la comodidad. Trabajamos para ganar dinero y luego en gran parte empleamos ese dinero en construir una vida más cómoda. Todos conocemos la frase: “El dinero no puede comprar felicidad,” ah, pero puede comprar toneladas de comodidad. ¡Y en eso lo usamos! ¿Cuánto de nuestros recursos invertimos en estar más cómodos, en comparación con crecer o ayudar a otros, por ejemplo?

Ser adictos a la comodidad es otra forma de decir que somos esclavos de nuestro cuerpo.

Hay personas que he escuchado decir: “Yo no dejo de fumar porque no quiero perder la libertad de prender un cigarro si me da la gana.” Pero ¿eso es libertad? Esa libertad es la misma libertad del que dice que no se levanta cuando suena el despertador porque quiere tener la libertad de volverse a dormir si lo desea. En realidad, esas personas sólo tienen una opción: la de hacer lo que su cuerpo quiere en ese momento. No tienen la libertad de hacer lo contrario. No la han construido. Las personas que combaten la inercia de su cuerpo y se paran de la cama o no prenden el cigarro, aunque se les antoje lo contrario, han construido una opción adicional: hacer algo a pesar de lo que su cuerpo quiere. Han desarrollado voluntad. Esas personas tienen más opciones. Tienen por lo tanto más grados de libertad.

La libertad se construye generando opciones de las cuales poder escoger, y éstas se generan a través de disciplina, de no ceder ante nuestro cuerpo en cada momento. Nuestra adicción a la comodidad es el obstáculo más grande que tenemos para ser libres.

Reflexiones

Prejuicios

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La película “Crash” de Paul Haggis (2004), ganadora del Oscar a la mejor película ese año, me parece un gran ejercicio para examinar nuestros prejuicios. Si no la han visto, háganse un favor y ¡véanla!

Durante toda la película tienes la oportunidad de ver a varias personas en su momento de mayor heroísmo, y también en su momento de mayor debilidad. Ves a un policía que abusa de su poder con una mujer. Te parece un ser absolutamente detestable. Luego lo ves arriesgando su vida para salvar la de un desconocido. Ya no estás tan seguro de tu juicio anterior. Ya no es tan fácil. Ves a otro hombre descargar su ira y frustración con un inmigrante indefenso, para luego verlo defender valientemente a su hija indefensa también. ¿Cómo juzgarlo? ¿En base a cuál de sus acciones?

En el proceso vas reconociendo—o así me pasó a mí—que las personas son más que sus actos. No hay héroes o villanos absolutos. Todos como seres humanos somos capaces de las acciones más nobles y también de las más viles. Todos tenemos momentos de heroísmo y de debilidad. Y todos—humanos imperfectos—a través de nuestros actos vamos definiendo quienes somos. Para mí la película fue un profundo ejercicio de compasión. Y una lección de que nuestros juicios son siempre parciales y sesgados. Siempre.

Lo más revelador—y preocupante—fue ver que esa objetividad que íbamos desarrollando los espectadores de la película respecto a los personajes, jamás la podrían tener los personajes mismos. Para ellos, por no estar en todas las escenas, los demás personajes sí son héroes o villanos absolutos, dependiendo de los actos que les haya tocado presenciar. Tal como habrían sido para ti si te hubieras salido del cine a media película. Y peor aún: ellos no saben que sus juicios son parciales y sesgados. No saben que en otra escena se mostró otra cara completamente distinta de los demás personajes. No tienen forma de saber. Es decir, tienes que ver la película completa para ver a los personajes objetivamente, y ellos no tienen esa oportunidad.

Pero entonces, en la vida, ¿Cómo juzgar objetivamente a otras personas, si por definición no hemos estado en todas las escenas de su película, como nadie más que tú ha estado en todas las escenas de la tuya? Tal vez las escenas que no hemos visto son las más relevantes para entender a la persona, su vida, y sus decisiones. ¿Qué tan válidos son entonces nuestros juicios? ¿Qué tanto deberíamos confiar en nuestros prejuicios?

Reflexiones

El Camino Empedrado de la Sabiduría

“El sabio se tropieza con mil piedras. El necio, mil veces con la misma.”

Hace muchos años leí un texto sobre lo que pensamos de nuestros padres. Iba algo así:

 

A los 5 años: “Papá es un genio.”

A los 15 años: “Hay muchas cosas que papá no entiende.”

A los 20 años: “Papá no entiende nada, ya está chocheando.”

A los 50 años: “Que lástima que murió papá. Empiezo a entender algunas cosas que me decía.”

A los 60 años: “El viejo era un genio, que pena que no me di cuenta antes.”

 

El mensaje del texto me gustaba mucho de niño y me sigue gustando, aunque ahora años después y como papá lo veo con otros ojos evidentemente. Para cualquier adolescente, todos son (somos) unos idiotas. Esa es una arrogancia natural, fruto de la inexperiencia, que todos hemos conocido. Pero esta arrogancia no termina con la adolescencia. Cuando juega la selección mexicana, todos, desde nuestro sillón, somos directores técnicos y estamos seguros de que lo haríamos mucho mejor que quien sí es director técnico de la selección. Así mismo, con esa misma arrogancia, juzgamos a personas que están en posiciones de responsabilidad que nunca hemos tenido, y que enfrentan decisiones que nunca hemos enfrentado, y nos parece muy sencillo. Todo se ve muy fácil hasta que lo intentas tú.

Se requiere la experiencia de los años, los errores, las consecuencias, y con ellas los inevitables baños de humildad, para valorar realmente las capacidades, propias y ajenas, y desarrollar una perspectiva más objetiva de nosotros mismos.

Así, en el mejor de los casos, a lo largo de la vida—de toda la vida—esa arrogancia va siendo desplazada por sabiduría. Pero se requiere inevitablemente de equivocarse, darse cuenta del error, y tener la fortaleza interna para rectificar nuestra perspectiva. Y de ahí repetir el mismo ejercicio decenas, cientos, tal vez miles de veces. La consecuencia más terrible de la arrogancia es que nos impide aprender de nuestros errores, pues según nosotros no somos capaces de cometerlos, y entonces nos condena a cometerlos una y otra vez sin fin. Nuestra arrogancia es quien determina si a lo largo de la vida nos convertimos en sabios, o en necios permanentes que tan sólo creen saberlo todo.

Reflexiones

La Fortuna

Siempre me han gustado los juegos de mesa, en especial el Ajedrez. Me apasiona la estrategia, ver cuánto se puede avanzar con decisiones lógicas y bien pensadas. No me gustaba tanto el Backgammon—mucho más antiguo que el Ajedrez, por cierto. Me enfurecía que los dados no salieran como esperaba y me echaran a perder la jugada que había preparado. Decía que no me gustaba jugar juegos en donde el éxito no depende de tu habilidad sino de la suerte al tirar los dados.

Hoy veo que la vida, curiosamente, se parece más al Backgammon que al Ajedrez. Hay tantas cosas que no están en nuestras manos que podríamos decir que siempre decidimos, entre otras cosas, en base a lo que nos salió en los dados, es decir, a nuestra circunstancia a la hora de la decisión. Es inevitable. La fortuna, como fue definida y estudiada por Maquiavelo ya en el siglo XVI, es también un jugador en la mesa, y seguido echa a perder nuestras más calculadas estrategias, nuestras jugadas mejor pensadas. Y la fortuna nunca se parará de la mesa. Jamás desaparecerá de nuestra vida y gran parte de nuestra vida estará determinada por ella.

Pero más que una fatalidad hoy veo este hecho como una oportunidad. En la vida me he encontrado en situaciones que en su momento parecían muy favorables, y a la distancia veo que no lo fueron tanto; no me fue tan bien. O tal vez mis decisiones en esas circunstancias no fueron tan buenas, y eché a perder lo que la fortuna me había regalado. Y también en la vida me he encontrado en situaciones que en su momento parecían muy adversas, y que también a la distancia veo que no fueron tan terribles; no me fue tan mal. Tal vez mis decisiones en circunstancias adversas no hayan sido del todo malas, y en algo pude compensar por la mala mano que la fortuna me dio en ese momento.

Así que tal vez no es la fortuna la que echa a perder nuestros planes sino nuestras buenas decisiones, independientemente de las circunstancias, las que nos permiten capitalizar la buena fortuna que a veces aparece, y mitigar los efectos de la mala fortuna que a veces, irremediablemente, nos toca a todos. Nuestra vida pues no es el resultado de la fortuna en sí, sino de nuestro actuar en el reino de la fortuna donde todos existimos.

Identidad, México, Reflexiones

Al Final de la Función

Foto de: http://musicallatino.blogspot.com/2013/05/figuras-del-musical-latinoamericano.html

Cuando era niño, mi abuelita Margarita (mamá de mi papa), nos llevaba mucho a mí y a todos sus nietos al teatro. Mis tíos Manolo y Fela Fábregas, grandes amigos de mis abuelos, nos contagiaron a todos su pasión por el teatro, por las obras y por los musicales.

José el Soñador, El Violinista en el Tejado, El Diluvio que Viene y un largo etcétera fueron parte muy importante de mi infancia.

Un día, al terminar la función, cuando los actores daban las gracias al público y festejaban, confundido le pregunté a mi abuelita sobre los antagonistas en la obra que acababa de terminar: “Abue, ¿Por qué ellos se abrazan si son enemigos?”. Mi abuelita Margarita, paciente y amorosa como nadie, me dijo: “Es que ya acabó la obra. En la obra les tocó representar papeles de oponentes y lo hicieron muy bien, pero fuera de la obra son compañeros actores, y probablemente amigos.”

El próximo lunes 2 de julio habrá acabado el proceso electoral, y alguien habrá resultado ganador. Pero más allá de ese resultado, más importante para México y para los mexicanos, ¿Cómo le hacemos para despertarnos el lunes no como priistas, panistas, morenistas, vencedores o vencidos, sino como mexicanos, todos por igual, compañeros de viaje y de nación?

¿Cómo le hacemos para no perdernos en los papeles que nos tocó representar en el proceso electoral? ¿Cómo le hacemos para que la división, el encono y el odio no sean los verdaderos vencedores de esta contienda?

El país que nos tocará vivir a todos depende de que estemos dispuestos a ver más allá de los papeles que representamos, y a trabajar unidos como mexicanos por ese proyecto en común que tenemos llamado: México.

Identidad, México, Reflexiones

La Siembra de la Posibilidad

Foto de Carlos Cuin/Jam Media/Getty Images

Siempre me ha llamado la atención que en potencias mundiales en el deporte como Estados Unidos, Alemania, Rusia o China, los niños crecen con la firme creencia de que si se aplican y dan su máximo esfuerzo, posiblemente lleguen a ser los mejores del mundo.

No hay duda, han crecido viendo a sus connacionales serlo toda la vida. Lo único que los separa de la cima—están convencidos—es su talento y su esfuerzo.

Si un niño no crece viendo a sus connacionales dominando los deportes a nivel mundial, no necesariamente tiene razón para creer que si pone su máximo esfuerzo llegará a algún lado, sino más bien todo lo contrario: tenderá a creer que todo esfuerzo será probablemente inútil. Esto es una tristeza y en extremo destructivo, pues esa es la programación con la que crecemos y determina lo que creemos posible para nosotros mismos, que a su vez determina muchas de nuestras decisiones de vida.

El partido de México contra Alemania, el pasado domingo 17 de junio, fue el primer partido de la selección nacional en un mundial para mis hijos, Bárbara y Sebastián, aunque ellos obvio no lo vieron. Pero el triunfo de México sobre el actual campeón, en los ojos de las generaciones de niños mexicanos que hoy empiezan a descifrar el mundo, abre una posibilidad enorme: “México le ganó al campeón!”, “Yo quiero hacer eso cuando sea grande. Es posible!”

Más allá de cómo le vaya a México el sábado 23, lo que el triunfo de la selección sembró en nuestros niños el domingo pasado marcará y transformará la vida de millones de personas. Por eso tienen todo nuestro reconocimiento y agradecimiento.

Reflexiones

Un Crimen Contra la Humanidad

Foto de Getty Images

La política migratoria del presidente estadounidense Donald Trump es, además de repudiable, un claro ejemplo de uno de los cánceres más agresivos que vive la humanidad hoy.

Separar familias, causando uno de los dolores más profundos que se pueden experimentar, es condenable en tiempos de guerra. En tiempos de paz y prosperidad, con la excusa que sea, es aberrante, inadmisible y una ofensa a la humanidad entera.

El argumento de que un país necesita fronteras o no es país, como justificación para llevar a cabo acciones dignas de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, es simplemente aborrecible.

El querer hacer una frontera impermeable para personas mientras se mantiene perfectamente permeable para armas y drogas debe indignarnos como mexicanos y también como miembros de la especie humana. Y es imperativo alzar la voz y condenar los abusos que se están cometiendo en contra de mexicanos y centroamericanos, pero sobre todo de seres humanos, de niños, de madres.

El término “migrante,” además, es algo que no existe más que en nuestras mentes. En la realidad no hay migrantes, ni mexicanos ni americanos, ni países, ni fronteras. En la realidad hay personas, hay seres humanos, y éste es un crimen que se comete por seres humanos contra seres humanos, y que muestra el deterioro de la solidaridad humana, requisito indispensable para que lo que llamamos civilización tenga viabilidad. Estamos atentando contra lo mejor que tenemos como especie. Esto debe preocuparnos a todos. ¡Absolutamente a todos!

Cuando las etiquetas son más poderosas que la realidad, se puede justificar cualquier atrocidad en contra de personas, especialmente las más vulnerables. Cuando las etiquetas nos ciegan, la humanidad está perdida.

Educación, México, Reflexiones

Justica Punitiva vs. Justicia Restaurativa

Hace unos días leí sobre dos casos de delincuentes que habían ingresado a distintos reclusorios numerosas veces en un lapso de ocho años uno y de veinticuatro años el otro, solo para ser detenidos una vez más en días pasados, uno por robo y el otro por homicidio. Creo que queda claro que por lo menos en algunos casos (y me atrevería a decir que en todos) el sistema carcelario ha demostrado ser un rotundo fracaso. La justicia punitiva forma de hecho criminales, al meter a delincuentes primerizos a las cárceles, verdaderas universidades del crimen. En palabras de Mark Zuckerberg: Si nuestras redes sociales influyen en nuestras decisiones, meter a un adolescente que tiene mala conducta a una correccional de menores es insertarlo en la peor red social posible. Literalmente una condena.

Pero existe otro tipo de justicia. Hay quienes la llaman justicia restaurativa y se ejemplifica en el siguiente caso, que ocurrió en una comunidad en Chiapas hace unos años: un miembro de una comunidad se intentó robar un cerdo que pertenecía a un miembro de la comunidad vecina. Fue aprendido por los vecinos, y el consejo de ancianos de su comunidad se presentó ante sus pares de la comunidad vecina y declararon: “Tenemos un problema en nuestra comunidad, estamos enfermos, somos ladrones.” No puedo imaginar forma más clara y responsable de actuar: si nuestra comunidad produce ladrones, claramente tenemos un problema, todos.

Esta es una actitud muy distinta a la que comúnmente tenemos en nuestra sociedad, donde nos horrorizamos del nivel de delincuencia que vivimos, nos sentimos víctimas en nuestra propia comunidad, invertimos enormes recursos en cuidarnos de nuestros propios vecinos, y sin embargo no creemos que esa delincuencia que tanto nos afecta ¡sea problema nuestro!

El consejo de ancianos determinó lo siguiente: dado que la comunidad vecina había destinado recursos a aprender y vigilar al ladrón, se repararía ese daño con trabajo del propio ladrón en la comunidad vecina. Y dado que el ladrón, mientras hacía ese trabajo restaurativo, no iba a poder ocuparse de su familia, su comunidad se encargaría de ella mientras duraran los trabajos de resarcimiento.

Me queda claro que la delincuencia es un problema. Me queda claro también que un problema mucho mayor es el que todos digamos ante dicha delincuencia: “no es mi problema.” La justicia restaurativa es demostrablemente muy superior a la justicia punitiva, pero exige algo que la mayoría de nosotros no está o por lo menos no ha estado dispuesta a hacer: adueñarnos de nuestra comunidad y hacernos responsables de ella.

Educación, Identidad, México, Mundo, Reflexiones

Para dejar de regarla no es necesario aprender, sino desaprender

Richard Thaler, Premio Nobel de Economía 2017, en su libro Nudge explica la diferencia entre los humanos y los “econs,” seres ultra-racionales que parecen personas pero que no cometen los errores que las personas cometemos ni toman las decisiones que las personas tomamos y que muchas veces violan la racionalidad, el sentido común y hasta la búsqueda de nuestros propios intereses.

Thaler dice que las personas, para calificar como “econs” no necesitan poder predecir perfectamente, eso requeriría omnisciencia e incluso los modelos más ortodoxos no llegan a esos extremos. Lo que sí necesitan es poder hacer predicciones no sesgadas, es decir, las predicciones pueden estar equivocadas, pero los errores en dichas predicciones no están sistemáticamente cargados hacia un lado u otro, sino que están distribuidos aleatoriamente alrededor del resultado correcto.

Esto quiere decir, a su vez, que el proceso de cometer errores debería ser capaz de permitirnos observar, recalibrar, y como consecuencia aprender.

Lo interesante es que los datos nos dicen que las personas sí tendemos a cometer errores en nuestras predicciones sistemáticamente sesgados en una dirección en particular. Parecería como que no aprendemos, por más errores que cometemos. ¿Deberíamos entonces abandonar completamente la idea de racionalidad humana?

Una posible explicación que no desvalida la idea de racionalidad es que los seres humanos sí aprendemos, de hecho aprendemos muy rápido, demasiado rápido tal vez. Los seres humanos, parece, aprendemos a la primera.

Cada experiencia que tenemos nos marca, y nos lleva a formar una perspectiva, sumamente rígida a veces, de la realidad a nuestro alrededor. Por eso con frecuencia nos encontramos (o vemos a otras personas) intentando algo, exactamente de la misma forma que en el pasado no dio resultado, y con la expectativa de que esta vez será distinto. Alguna vez funcionó, o pareció funcionar, y nunca más cuestionamos nuestro proceso de toma de decisiones, por más que los resultados no son los que deseamos—así abordamos problemas, retos, relaciones etc. Para nuestro pesar, “aprendimos” y ahora no podemos escapar a nuestro aprendizaje.

De acuerdo a esta visión del ser humano, lo que necesitaríamos para trascender nuestros sesgos no es un proceso de aprendizaje sino de desaprendizaje. Sólo el poder cuestionar, retar y en su caso desechar nuestras nociones preconcebidas sobre un tema, nuestra perspectiva sesgada y rígida que viene de quién sabe dónde y de quién sabe cuándo, podremos recalibrar tras nuestros errores, y aspirar a ser no “econs”, pero sí seres humanos que podemos crecer y mejorar.